Durante años hice todo lo que se suponía que debía hacer.
Fui útil, resolutiva, me adapté. Busqué respuestas, estudié, sané.
Y aunque todo ese camino me transformó, había algo dentro de mí que seguía esperando:
sentirme segura siendo yo, sin tener que justificarme.
La certeza de que no tenía que ser más, ni mejor, ni otra.

No fue un único momento, sino una cadena de revelaciones.
Comprendí que no se trataba de entenderme más, sino de reconocer mi valor y recuperar mi autoridad interna.
Porque solo desde ahí —desde el centro, desde la raíz— es posible escucharse de verdad, confiar en lo que se siente y crear una vida más liviana, más libre y profundamente propia.

Desde entonces, todo cambió.

Hoy acompaño a personas que están listas para volver a sí mismas.
A mujeres que han vivido en la desvalorización y ahora eligen reescribirse.
Y también a quienes ya han hecho camino, pero están listas para sostener su expansión con más permiso, más placer y más claridad.

Porque no basta con tener visión, hay que poder sostenerla sin esfuerzo.
Y eso solo ocurre cuando aceptamos profundamente todo lo que somos… y nos damos permiso de vivir desde ahí.